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Consejo Nacional para el Entendimiento Público de la Ciencia.

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Orlando Guzman + UAM

Invitamos a nuestros lectores a acompañar a Carl Sagan en su exploración del Pálido Punto Azul (1994).
El Dr. Sagan ya no está físicamente en este mundo, su espíritu permanecerá por siempre explorando los astros.

La nave espacial estaba ya muy lejos de casa, más allá de la órbita del planeta más externo y muy por encima del plano de la eclíptica -la superficie plana imaginaria, parecida a una pista de carreras, en la que están confinadas las órbitas de los planetas. La nave se estaba alejando del Sol a una velocidad de 64 000 km/h, pero un día de febrero de 1990 recibió un mensaje urgente desde la Tierra.

Obedientemente, enfocó sus cámaras hacia atrás, hacia los ahora ya tan distantes planetas. Girando su plataforma de exploración de un punto a otro del cielo, tomó 60 fotos y las guardó digitalmente con su grabadora de cintas. Después, lentamente, durante los meses de marzo, abril y mayo, transmitió los datos hacia la Tierra. Cada imagen estaba compuesta por 640 000 elementos individuales de imagen ("pixels") como si se tratase de una pintura puntillista. La nave se encontraba a 5 920 millones de km de la Tierra, tan lejos que a cada pixel le tomó 5 horas y media, viajando a la velocidad de la luz, el llegar hasta nosotros. Las fotos hubieran podido llegar antes, pero los grandes radiotelescopios en California, España y Australia que reciben estos murmullos provenientes del límite del Sistema Solar tenían otras responsabilidades con las naves que surcan el mar del espacio -entre otras, Magallanes, en misión a Venus, y Galileo, en su tortuoso camino a Júpiter.

El Voyager 1 se encontraba tan encima del plano de la eclíptica porque, en 1981, había tenido un encuentro cercano con Titán, la luna gigante de Saturno. Su nave gemela, Voyager 2, había sido destinada a una trayectoria diferente dentro del plano de la eclíptica, y por tanto había sido capaz de realizar sus célebres exploraciones de Urano y Neptuno. Los dos robots Voyager han explorado cuatro planetas y casi sesenta lunas: son triunfos de la ingeniería humana y una de las glorias del programa espacial norteamericano. Estarán en los libros de historia cuando todo lo demás acerca de nuestro tiempo se haya olvidado.

Los Voyagers habían sido construídos y garantizados para funcionar solamente hasta su encuentro con Saturno. Por tanto, pensé que sería una buena idea, justo después de dicho encuentro, el utilizarlos para tomar una última foto de casa. Yo sabía que desde Saturno la Tierra parecería muy pequeña como para que el Voyager pudiera distinguir detalle alguno. Nuestro planeta sería tan sólo un punto de luz, un pixel solitario, difícilmente discernible de los muchos otros puntos de luz que el Voyager pudiera ver: planetas cercanos, soles distantes. Pero precisamente por la obscuridad de nuestro mundo que tal foto habría de revelar, valía la pena tomarla.

En otros tiempos, los marinos cartografiaban penosamente las líneas costeras de los continentes y los geógrafos transladaban luego estos descubrimientos en cartas y globos. Posteriormente, se han obtenido fotos de pequeñas partes de la Tierra, primero con globos y aviones, luego con cohetes en vuelo balístico, y finalmente con naves en órbita, que dan una perspectiva similar a la que se obtendría colocando un ojo como a una pulgada sobre un globo terráqueo. Y aunque a casi todo el mundo se le enseña en la escuela que la Tierra es una esfera con todos nosotros pegados a ella mediante la gravedad, la realidad de nuestra circunstancia no fue verdaderamente comprendida sino hasta la famosa foto de la Tierra tomada por el programa Apollo -aquella tomada por los astronautas del Apollo 17 en el último viaje de los seres humanos a la Luna.

Foto de la Tierra tomada por el Apollo 17

Esa foto se ha vuelto una especie de icono de nuestra era. Ahí está la Antártida, en lo que los norteamericanos y europeos rápidamente identifican con la parte inferior, y también toda África desplegándose por encima: se puede ver Etiopía, Tanzania y Kenya, donde vivieron los primeros seres humanos. Arriba a la derecha están Arabia Saudita y lo que los europeos llaman el Cercano Oriente. Apenas saliendo en la parte de arriba está el Mar Mediterráneo, alrededor del cual emergió gran parte de nuestra civilización global. Se puede ver el azul del océano, el naranja del Sahara y del desierto árabe, el color pardo del bosque y las praderas.

Pero a pesar de todo ello, no se encuentran signos de la existencia de seres humanos en esta imagen, no se ve la reorganización de la superficie terrestre, no se ven nuestras máquinas, no nos vemos nosotros: somos demasiado pequeños y nuestra civilización es muy débil como para ser vista por una nave espacial entre la Tierra y la Luna. Desde este punto de vista, nuestra obsesión por el nacionalismo es cualquier cosa menos evidente. Las imágenes que tomó el Apollo de la Tierra entera les llevó a las multitudes algo que los astrónomos ya sabían bien: en la escala de los mundos -ya no digamos de las estrellas o de las galaxias- los humanos somos insignificantes, una delgada capa de vida en un solitario y oscuro grumo de roca y metal.

Por todo esto, me pareció que otra foto de la Tierra, esta vez tomada desde un lugar cien mil veces más lejano, podría ayudar en ese continuo proceso de revelarnos nuestra verdadera circunstancia y condición. Para los científicos y filósofos de la antigüedad clásica estaba claro que la Tierra no era sino un punto en un enorme Cosmos, pero nadie jamás lo había visto como tal. Aquí estaba nuestra primera oportunidad para lograrlo (y tal vez sería también la última en muchas décadas por venir).

Varias personas en el Proyecto Voyager de la NASA apoyaron la idea. Sin embargo, vista desde el Sistema Solar exterior, la Tierra gira muy cerca del Sol, como una polilla atraída por una llama. ¿De verdad queríamos dirigir la cámara tan cerca del Sol como para correr el riesgo de quemar el sistema de video de la nave? ¿No sería mejor esperar hasta que todas las imágenes científicas de Urano y Neptuno se hubieran tomado, si es que la nave duraba para tanto?

Por ello, tuvimos que esperar, y fue por un largo tiempo: durante 1981 en Saturno, luego en 1986 en Urano y hasta 1989, que fue cuando ambas naves pasaron las órbitas de Neptuno y Plutón. Al fin, el momento había llegado. Pero había que hacer algunas calibraciones en los instrumentos, y tuvimos que esperar un poco más. Aunque la nave estaba correctamente situada, los instrumentos funcionando perfectamente y sin más fotos que tomar, algunos entre el personal del proyecto se opusieron. Después de todo, eso no era ciencia, dijeron. Entonces descubrimos que los técnicos que diseñaban y transmitían los comandos al Voyager estaban, en una NASA sin fondos, a punto de ser despedidos o transferidos a otros empleos. Si las fotos se iban a tomar, había que hacerlo en ese mismo momento. En el último minuto -en realidad, a mitad del encuentro del Voyager 2 con Neptuno- el administrador de la NASA en aquellos días, Richard Truly, tomó cartas en el asunto para asegurarse que las fotos fuesen tomadas. Candy Hansen del Jet Propulsion Laboratory (JPL) de la NASA y Carolyn Porco de la Universidad de Arizona diseñaron la secuencia de comandos y calcularon los tiempos de exposición necesarios.

Y aquí están hoy: un mosaico de cuadros sobre los planetas y un fondo tenue de estrellas distantes. A fin de cuentas pudimos tomar no sólo a la Tierra, sino también a otros cinco de los nueve planetas conocidos del Sistema Solar. Mercurio, el más interno, estaba perdido en el brillo del Sol, y Marte y Plutón eran demasiado pequeños, estaban poco iluminados y/o demasiado lejos. Urano y Neptuno brillaban tan tenuemente que para fotografiarlos se necesitaron exposiciones muy largas, por lo que sus imágenes se encuentran corridas debido al movimiento de la nave. Así se verían los planetas desde una nave extraterrestre que se acercara al Sistema Solar después de un largo viaje interestelar.

Desde esta distancia, los planetas parecerían simples puntos de luz, corridos o bien definidos, incluso vistos a través del telescopio de alta resolución del Voyager. Se verían tal y como los planetas se ven a simple vista desde la superficie de la Tierra: puntos luminosos, un poco más brillantes que la mayoría de las estrellas. En cuestión de meses, la Tierra, como los otros planetas, parecería haberse movido contra las estrellas. No se podría decir, a juzgar tan sólo por sus imágenes, cómo serían estos puntos de luz, que habría en ellos, cuál podría haber sido su pasado y menos aún si, en esta época en particular, alguno de ellos podría estar habitado.

Debido a la reflexión de la luz solar por la nave, la Tierra parece colgar de un rayo de luz, como si ello le quisiera dar alguna significación especial a este pequeño planeta. Pero eso es tan sólo un accidente de la óptica y de la geometría. El Sol emite sus radiaciones equitativamente en todas direcciones. Si la foto se hubiera tomado sólo un poco antes o después, no habría ningún rayo de sol para destacar a la Tierra.


Y ¿cuál es la causa de ese color cerúleo? El azul viene en parte del mar, en parte del cielo. A pesar de que el agua en un vaso es transparente, absorbe un poco más del rojo que del azul. Si se tienen decenas de metros de agua, la luz roja es absorbida y lo que se refleja al espacio es principalmente luz azul. De la misma manera, una pequeña línea de visión en el aire se ve perfectamente transparente pero, como ya lo ha mostrado excelentemente Leonardo da Vinci en sus pinturas, los objetos más distantes se ven más azules. ¿Por qué? Porque el aire esparce la luz azul más que la luz roja. Así, el color azuloso de este punto proviene de su atmósfera densa pero transparente y de sus profundos oceános de agua líquida. ¿Y el blanco? La Tierra, en un día cualquiera, esta cubierta en un 50% de nubes blancas.

Nosotros podemos explicar el color azuloso de este pequeño mundo porque lo conocemos bien. El que un científico extraterrestre recién llegado a los suburbios de nuestro sistema solar pudiera deducir correctamente océanos, nubes y una atmósfera densa es menos seguro. Neptuno, por ejemplo, es azul pero por razones distintas. Desde este lugar tan lejano, la Tierra no parecería especialmente interesante.

Pero para nosotros, el caso es distinto. Miremos otra vez este pálido punto de luz. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. Sobre él ha vivido cada uno de quienes amas, cada uno a quien conoces, cada uno de quien has oído hablar: cada ser humano que alguna vez existió ha vivido aquí. La suma de nuestra felicidad y de nuestro sufrimiento, miles de religiones, ideologías y de doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cada traidor, cada creador y cada destructor de la civilización, cada rey y cada campesino, cada pareja de enamorados, cada padre y madre, cada hijo pródigo, cada inventor y explorador, cada "estrella", cada "líder supremo", cada santo y cada pecador en la historia de nuestra especie vivió aquí: en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.

La Tierra no es sino un diminuto escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre que todos esos generales y emperadores derramaron para que, en medio de la gloria y del triunfo, se convirtieran en los momentáneos amos de una fracción de ese punto. Piensa en las crueldades sin fin que los habitantes de una parte de este pixel han infligido a los habitantes de otra pequeña parte del mismo, piensa en cuán poco frecuentemente se han comprendido, en lo dispuestos que están para matarse unos a otros, en cuán fervientes son sus odios.

Nuestra vanidad, nuestra imaginaria importancia, la ilusión de que nos encontramos en una posición privilegiada en el Universo, todo ello se pone en entredicho ante la imagen de este pálido punto de luz. Nustro planeta es un solitario guijarro en esta vasta envoltura de oscuridad. Y en nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no encontramos ningún signo que nos diga que alguien vendrá a salvarnos de nosotros mismos.

La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún lugar, al menos en el futuro cercano, a donde nuestra especie pueda emigrar. Ir de visita, tal vez. Establecerse, no por el momento. Nos guste o no, la Tierra es nuestro sitio.

Se ha dicho que la astronomía es una experiencia que nos dota de humildad y que forma el carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de la vanidad humana que esta distante imagen de nuestro pequeño mundo. Para mí, no hace sino subrayar nuestra responsabilidad de ser más amables con nuestros semejantes y de preservar y cuidar nuestro pálido punto azul, el único hogar que hemos conocido.

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