"comprehendere scire est"

Divisor

Consejo Nacional para el Entendimiento Público de la Ciencia.

Simposio sobre valuación académica.una llaga de estudio. Herir evaluando


Miguel A. Izquierdo S. + ;

David, un compañero de trabajo, me ha dicho: “tú no escogiste un tema de estudio sino una llaga de estudio”. Lo dice por ocuparme lateralmente de la violencia entre académicos, entre mis intereses por la profesión académica. En algo tiene razón, pues tanto duele la llaga que a diferencia de dos artículos que había publicado en La Jornada sobre los conflictos entre académicos, el relativo a la violencia publicado en el suplemento Lunes en la Ciencia tuvo múltiples respuestas provenientes de académicos de cinco estados del país, invitándome a “sacar” del silencio este tema clandestino, soterrado, del que nadie sino es que con dolor, se atreve a hablar y a escribir.

La metáfora de la llaga da para ilustrar varias aristas de los conflictos entre académicos y de éstos con sus autoridades. En algunos casos apenas se abre la herida, en otras están expuestos los huesos, no sólo la carne viva; en otros casos la pus, la pudrición producto de nuestra desatención de la herida corroe carne, huesos y tejidos sociales entre los académicos. Pareciéramos estar empeñados en negar el problema al esconder la herida, dejándola avanzar sin airearla ni limpiarla.

Gerardo, otro colega, desde hace años usa una metáfora más plástica cuando nos referimos al mismo asunto. Para él, al ventilar los conflictos entre académicos por los estímulos, premios y becas estamos limpiando la mierda, estamos haciendo la chamba del estercolero, repugnante para todos, por eso casi nadie la hace, pero a la vez reconoce que es indispensable si hemos de procurar un espacio de trabajo saludable. ¿A quién le gusta limpiar los baños? Preferimos hacer trabajo “limpio”, reconocido y potencialmente reconocible en términos de las tablas de puntajes asociadas a los programas de estímulos. Definitivamente ese trabajo limpio nos hace parecer más productivos, más valiosos en el mercado académico, por lo que dejamos para después, o para otros, limpiar la casa y los baños. En última instancia pagaríamos para que alguien la limpiara.

En el fondo, cada vez que abandonamos o despreciamos el problema de la valoración del trabajo académico, dejándoselo a los más notables entre nosotros, abrimos la posibilidad de que esos otros con o sin intención devalúen nuestro trabajo, revalorando o sobrevalorando el suyo, inclusive por ignorancia de la naturaleza y diversidad del trabajo académico. Con ello se genera también la posibilidad de que vía los programas de estímulos, premios y becas, unos pierdan en remuneraciones frente a los que han revaluado sus méritos o aprendido a disfrazar sus méritos para magnificarlos ante las comisiones evaluadoras. Esto da lugar a conflictos y actos de violencia física y simbólica entre académicos, para beneplácito de las autoridades, supuestos árbitros en la distribución de migajas y rebanadas. El académico es el lobo del académico, es el dicho desde el burladero de la autoridad sonriente. Al estar sumidos en estos conflictos, con la envidia, el encono, el odio, el sentimiento de indefensión, nos olvidamos de la defensa gremial del salario digno frene a un Estado que nos divide con los programas de estímulos bajo supuestas, nunca demostradas, reglas objetivas de evaluación.

Estamos este año cumpliendo los ominosos diez años de existencia del Programa de Estímulos a la carrera docente (al desempeño, entre otras denominaciones), con sus tablas de calificación, que no de evaluación, de cierto tipo de trabajo académico. A diez años aún no sé de ninguna de sus variantes en las universidades públicas mexicanas, en que este programa identifique y retroalimente prontamente prácticas académicas consensadas como valiosas por sus respectivas comunidades y plasmadas en planes de desarrollo institucional. Si acaso califican formas de trabajo académico casuísticamente valoradas por comisiones de notables, las más de las veces seleccionados secretamente por la autoridad. No es poco común que en esas comisiones evaluadoras participen autoridades disfrazadas de académicos.

Heridas de varios géneros asociadas con la evaluación de académicos.

La salud física y mental de los académicos individuales y agrupados, no depende nada más de su alimentación, deporte y atención médica. Con cada vez mayor frecuencia, su estrés, su sociabilidad, el estado de su hígado y riñón, como de su nervio ciático, depende de que externen sus sentimientos, sus iniciativas y razones para valorar equitativamente su trabajo y el de sus colegas en toda su diversidad de ritmos, formas y disciplinas. Hacerlo consume tiempo, consume hígado y compromete emociones. No hacerlo consume en el mediano plazo toda su humanidad, su capacidad de reconocerse entre los otros como compañero y colega, como sujeto productor de conocimientos sociales y acompañante en el aprendizaje de sus alumnos. Es entonces necesario ocuparse de ello por razones tanto preventivas como correctivas.

Hacen falta profundos y extensos debates disciplinarios sobre las formas de valorar el trabajo de los científicos y de los académicos. Esta es una tarea académica, valiosa y productiva, tanto como preventiva de daños a los individuos y a los colectivos de académicos. Particularmente los académicos y científicos de las humanidades y de las ciencias sociales están en desventaja frente a los de las ciencias duras en los sistemas de evaluación vigentes. Entre estos académicos se aplican modelos de trabajo y normas de evaluación ajenas que desvalorizan su trabajo o castigan a quienes inician o casi terminan su carrera académica. Es necesario crear conciencia colectiva de esos hechos, es necesario consensar dentro de las disciplinas, de las instituciones, y de los grupos de trabajo, las formas de valoración contextuales que atiendan con justicia y transparencia los valores académicos y científicos acordados colectivamente. Es necesario también presentarse colectivamente ante el Estado y sus instituciones con esos consensos, para proponer y operar otras formas de remuneración del trabajo que no nos conduzcan a la violencia física ni simbólica, sino a la cooperación y a la multiplicación de los esfuerzos, en ambientes saludables que promuevan la creación y la socialización del conocimiento.

Formas de violencia entre académicos.

En visitas a más de 13 de las 75 Unidades de la UPN, entre académicos que en conjunto atienden a más de 20,000 alumnos, he registrado variadas formas de violencia asociadas con los procesos de su evaluación que acompañan la distribución de estímulos, becas o premios. He detectado agresiones físicas entre académicos, de autoridades hacia académicos, de académicos hacia autoridades. Varias de ellas están documentadas en demandas ante las Procuradurías estatales o ante las Contralorías. Estas agresiones con el tiempo se acumulan y pueden producir otras de mayores consecuencias. No es aventurado predecir que la secrecía en las evaluaciones, el desconocimiento del proceso empleado para evaluar el caso personal, y el círculo vicioso de la sospecha contra colegas y contrincantes, alimentan las posibilidades de más graves daños físicos en la Academia.

Más variedad encontramos en las formas de violencia simbólica asociadas a los procesos de evaluación de académicos, algunas estudiadas por P. Bourdieu. Me detendré en algunos tipos.

El primer tipo que hoy presento es el desprecio por las aspiraciones y necesidades de los académicos. En ninguna de esas Unidades UPN opera un procedimiento de comunicación a los concursantes evaluados de sus aciertos en la evaluación sino hasta meses después, de manera global, no puntual, a veces hasta 3 años después de evaluados, y por lo común ocho meses después. No hay prácticamente retroalimentación de las prácticas académicas valiosas ni la menor intención oficial de avanzar en ese sentido. Este hecho es sin duda una burla a las aspiraciones originales de reconocimiento institucional y señalamiento de sus aciertos que tenían los académicos. Preocupa que tampoco se demande abiertamente la retroalimentación por parte de los académicos, supuestos beneficiarios de estos procesos. La indiferencia junto con la participación acrítica fueron las respuestas más comunes de los académicos concursantes en estos primeros diez años ante el Programa de estímulos.

Otro tipo de violencia simbólica opera en el sojuzgamiento a que se somete a los académicos por parte de las autoridades, al depender de éstas la certificación de las actividades evaluables o puntuables para los estímulos, dejando en ellas amplio margen para que a discreción, inclusive con criterios políticos, entreguen, retarden o nieguen constancias de trabajo académico a los solicitantes. Estar bien con las autoridades se vuelve un recurso táctico, hasta estratégico, para ser calificado y para obtener una más favorable evaluación. Viejas relaciones de poder se refuerzan con la operación de estos nuevos sistemas de evaluación ligados a los programas de estímulos, que reeditan vergonzosos actos de sobajamiento de la academia ante la administración.

Pero la forma más preocupante y generalizada de violencia simbólica entre académicos es la que menos reconocemos o menos queremos reconocer por tan habitual entre nosotros. Es la que en detalle analiza P. Bourdieu en Homo Academicus y en Noblesse d' Etat. Se trata de la que cotidianamente empleamos los académicos cada vez que nos ranqueamos mutuamente, sea según el estatuto, el reglamento interno, la tabla de puntajes, la cantidad de publicaciones, o los tipos de publicaciones, entre otras, todas ellas con intención de clasificarnos según variados tipos de escalas: del conocimiento, de la disciplina, formal, informal, económica, social, cultural. Se trata al eso hacer de exhibir nuestros diversos capitales y su valor conjunto, con intención de ganar en capitales o posiciones dentro del campo académico y en los campos afines, mostrando que los otros académicos tienen menos capital que nosotros.

Invito a los asistentes a acercarse a estas obras de P. Bourdieu para reconocer cómo en todo proceso de evaluación, calificación o clasificación de académicos, está implicada la posibilidad de apropiación por unos del capital de los otros, en una competencia que genera estrategias de conservación o acrecentamiento de los capitales acumulados por los participantes en la comparación, con fines de reconocimiento, mejora de estatus, ganancia de capital económico, social o cultural, en una lucha que puede llegar a ser feroz entre colegas, para ganancia y prolongación de poder de los inventores del juego.


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