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Consejo Nacional para el Entendimiento Público de la Ciencia.

El libro de Di Trocchio y la reseña de Barrón Meza


Mauricio Schoijet +

Ignorancia, irresponsabilidad e ingenuidad al servicio del oscurantismo

En la revista Saber apareció una larga y entusiasta reseña del libro del autor italiano Federico Di Trocchio “Las mentiras de la ciencia”, por el investigador en ciencia de materiales Miguel Angel Barrón Meza. Este fue publicado por la prestigiada Editorial Alianza. Acusan de mentirosos a varios científicos, desde algunos de los más ilustres, como Tolomeo, Galileo y Newton, hasta otros que son contemporáneos. Estos incluyen al estadounidense Premio Nobel de Medicina David Baltimore; al investigador de la misma nacionalidad Robert Gallo, conocido por su investigaciones acerca del virus del SIDA; así como a Claudio Milanese, un estudiante italiano de doctorado en bioquímica en una institución estadounidense, que obtuvo resultados que después resultaron irreproducibles, pero que fueron anunciados con gran fanfarria por su director de tesis Ellis Reinherz.

Se trata de un texto deplorable, que seguramente producirá en la mayoría de los lectores la impresión de que la mayoría de los científicos han actuado en el pasado y lo hacen actualmente de manera deshonesta. No estamos en condiciones de cuestionar todas las afirmaciones que se hacen en el artículo, pero sí varias de ellas. Tampoco negamos que pueda haber algún elemento de verdad. En los casos de Baltimore y de Reinherz, parecería que ambos fueron negligentes en la supervisión de lo que hacían sus estudiantes o ayudantes; en el de Gallo no estamos en condiciones de negar la veracidad del relato que hace Barrón, siguiendo a Di Trocchio. En efecto, lo que estaba en juego en era sumamente importante, y no se puede negar la posibilidad de que el tamaño de los posibles beneficios, en términos no sólo de prestigio sino materiales, hubiera influido en la conducta de los investigadores. Pero cabe señalar que la mención referente a Tolomeo no da ningún elemento concreto, y dudamos que pueda haberlo, puesto que no se sabe casi nada acerca del personaje. Pero es en el caso de Galileo en que Di Trocchio hace afirmaciones que nos parecen totalmente infundadas, y que son seguramente producto de la ignorancia y la ligereza.

Barrón-Di Trocchio le adjudican a Galileo haber fabricado la historia de un experimento que no realizó, el de la caída libre de cuerpos de diferente peso desde la Torre de Pisa. El historiador Alexander Koyré mostró que efectivamente se trataba de una leyenda repetida por varios historiadores. Pero Galileo nunca reportó este experimento. El mito se basa en un relato de Vincenzo Viviani (1622-1703), quien tenía veinte años cuando Galileo falleció. Según Viviani el experimento se habría realizado antes de su nacimiento, es decir en 1589-1590. Obviamente no pudo haberlo presenciado.

Barrón-Di Trocchio también le adjudican a Galileo no haber llevado a cabo experimentos de caída de un móvil en un plano inclinado y de caída libre de un móvil desde el mástil de un barco en movimiento. La cuestión del primer experimento ha ocupado a numerosos investigadores. En efecto, Galileo afirmó haberlo hecho. Pero hay que tener en cuenta que, aunque Galileo fue el padre del método experimental, éste no surgió de la noche a la mañana, sino que se fue conformando gradualmente. Galileo reportó el experimento en circunstancias en que no existía una tradición establecida en cuanto a dar una descripción detallada del arreglo experimental ni un recuento preciso de los datos. Tampoco se encuentra esta descripción en sus papeles, pero Stillman Drake, seguramente el más importante investigador actual acerca de Galileo, en base a anotaciones encontradas en alguno de estos, afirma que representan registros de mediciones que corresponden a este experimento, o sea que afirma que sí lo realizó (Drake).

En cuanto al experimento de caída libre de un móvil desde un mástil de un barco en movimiento, se trata de un experimento de pensamiento para apoyar al principio de inercia, que fue formulado en su forma actual mucho más tarde. El primero que lo propuso fue el inglés Thomas Digges en 1576, cuando Galileo tenía diez años; algunos años más tarde Giordano Bruno repitió el argumento; y también lo hizo después de Galileo el científico holandés Christian Huyghens. Ninguno parece haberlo realizado, pero tenemos motivos para creer que de haberlo hecho lo más probable es que los resultados no hubieran podido llevar a ninguna conclusión.

Para comprender esta afirmación hay que darse cuenta que el movimiento de un barco no puede ser rectilíneo y uniforme, más aún para los de vela de esa época, por más que el timonel se esfuerce por lograrlo, aun suponiendo una velocidad del viento constante y sin cambios de dirección. Porque en un caso real, y aun si el timonel tratara de seguir lo más exactamente posible la dirección del viento, en cada momento el barco estará sujeto a las fuerzas provenientes del impacto de las olas, y sería una casualidad muy casual que la fuerza instantánea resultante pasara por el centro de gravedad del barco. Si en efecto no lo hace, y además si el barco no se mueve sobre una superficie perfectamente plana, entonces es probable que no sólo realice un movimiento de cabeceo, es decir subiendo y bajando la proa, sino movimientos erráticos de rotación. En esas condiciones un móvil en caída libre arrojado verticalmente desde el mástil puede caer dentro de un ámbito considerable de dispersión respecto a la vertical de un sistema de coordenadas fijo respecto al barco.

No sabemos hasta donde los autores mencionados estaban conscientes de las dificultades prácticas descritas, puesto que la cuestión de la rotación de un cuerpo rígido no fue estudiada sino hasta el siglo XVIII. Pero de todos modos el argumento de que Galileo tampoco “parece haber realizado” este experimento es claramente injusto. El trabajo de un investigador se juzga por lo que hizo, y solamente tendría sentido la acusación en el caso de que Di Trocchio pudiera afirmar de manera inequívoca que Galileo sí reportó una falsedad.

En síntesis, la prestigiada editorial haría bien en fijarse un poco mejor en lo que publica. Parecería que Di Trocchio no sabe de qué está hablando, y Barrón no hace más que repetir ingenuamente sus afirmaciones.

Al afirmar lo anterior no estamos sugiriendo que las prácticas científicas no deben ser criticadas. En efecto, hay corrientes de científicos naturales y estudiosos de la ciencia y la tecnología que plantean visiones críticas, y nosotros también lo hemos hecho, pero en una línea que busca defender a la ciencia, por ejemplo denunciando la forma en que los aparatos burocráticos y el gran capital de las industrias contaminantes buscan manipular a los científicos para minimizar los problemas de contaminación ambiental. Pero hay que diferenciar entre crítica informada y responsable y la que no lo es. La afirmación de Di Trocchio-Barrón de que los historiadores de la ciencia habrían descubierto “que los investigadores han engañado desde siempre” es simplemente falsa.

La moraleja es que hace falta difundir más la historia de la ciencia, y que los científicos harían bien en estudiarla antes de ponerse a propagar afirmaciones infundadas que sólo pueden causar confusión y desprestigiar a la empresa científica, lo que no sólo les perjudicará a ellos, sino a todos los interesados en un conocimiento racional del mundo y de la sociedad. 

Fuentes.
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