"comprehendere scire est"

Divisor

Consejo Nacional para el Entendimiento Público de la Ciencia.

Del fracaso al éxito: los costos y los beneficios del desarrollo científico y tecnológico


María Eugenia Rivera Pérez + Instituto Universitario De Puebla A.c.

“Mis sentimientos son ambivalentes, la nueva tecnología me entusiasma por su virtuosismo
y su potencialidad intelectual  y  práctica; sin embargo, el precio a pagar es muy alto, quizá demasiado alto”.  

George Wald (Premio Nobel)

Es innegable que actualmente, la calidad de vida del ser humano en la mayoría de sus aspectos básicos, como la salud y  la alimentación, ha mejorado respecto a épocas anteriores en las que la humanidad sufría constantemente el azote de mortales plagas y enfermedades que diezmaban considerablemente a la población; ejemplo de ello es la mortal peste bubónica que sufriera Florencia en la época medieval y que casi acabó con ellos. Sin embargo, también es un hecho que a la par que el ser humano se ha dado a la tarea de estudiar para desarrollar aquello que le ayudase a  combatir mortales enfermedades; se dio también a la tarea de generar otras cosas que sirvieran para la destrucción de él mismo, en las guerras.

Lo verdaderamente contradictorio es el hecho de que el mismo conocimiento científico que sirvió para crear la bomba de cobalto con la que se han visto beneficiados  millones de seres humanos con tumores cancerígenos, ha servido también para la creación de bombas destructivas de uso militar; he ahí el caso de Hiroshima y Nagashaki. Sin embargo, también se afirma que la ciencia es amoral; esto es, que como conocimiento no tiene ninguna implicación de tipo ético; pero ¿eso justifica el uso que se le da al conocimiento científico y a sus productos desarrollados a partir de la tecnología?

Hoy en día disfrutamos de muchas comodidades que en el pasado no hubieran sido posibles; pero también se ha ido generando una gran dependencia de la tecnología, y si no se cree esto, basta ver cuánta gente hoy en día lleva consigo un teléfono celular, lo necesite o no. Y cuántas más no pueden vivir, o eso creen, sin una computadora; y otras más que consumen tecnología sin saber a ciencia cierta para qué, sólo por razones de status o porque está de moda o porque creen que lo requieren.

Por otra parte, es visible que gracias a los avances científicos y tecnológicos que se han logrado, mucha gente se ve beneficiada de diversas formas, desde la sencilla ama de casa que se facilita los quehaceres domésticos con tecnología ad hoc, hasta millones de personas que sin la tecnología actual simplemente estarían apartados del resto del mundo si no existieran los medios de comunicación actuales, entre ellos el maravilloso Internet; que aunque tiene éste y muchos otros aspectos positivos, también tiene su lado oscuro.

Pero, retomando la pregunta anterior, ¿se justifica que algunos seres humanos empleen a la ciencia y a la tecnología para validar su actuar antiético con el resto de la humanidad? La respuesta es NO, de ninguna manera, ya que si consideramos que el ser humano es un ser sensible, racional y superior en desarrollo cognitivo al resto de los seres vivos tiene, por ello mismo, una mayor responsabilidad respecto al uso que le dé al conocimiento que está generando. Pues, como lo afirma Ruy Pérez Tamayo la ciencia es solamente un medio que el hombre usa para obtener conocimientos; los fines a que estos conocimientos se aplican no están  determinados por el instrumento que sirvió para obtenerla. Como el genio de la lámpara cuando Aladino la frota, la ciencia está ahí para cumplir con nuestros deseos, pero no es responsable de ellos.[1]

Es evidente que cada vez el hombre está más cercano al descubrimiento y al desarrollo de grandes cosas a partir de la ciencia y la tecnología, y para muestra lo que está sucediendo con la ingeniería genética y la biomedicina y que prometen resultados alentadores a grandes males de la humanidad; pero, también es notable el nivel de insensibilidad con la que trata a su propia especie y ni qué decir de las otras, basta ver el daño ecológico que han traído consigo tantos avances científicos y sus pruebas; y si se duda ¿qué me dicen del calentamiento global, el cambio climático, la desaparición de miles o quizá millones de especies que ni siquiera estaban clasificadas en el Atolón de Mururoa? Pero, ¡había que probar la tecnología militar para ver su efectividad! Como si eso, fuera más importante que conservar y proteger lo que aún queda de este planeta; aunque quizá ya no por mucho tiempo.

Esta superioridad evolutiva del ser humano, debiera ser el detonante para hacer un mejor empleo de lo que su inteligencia produce en términos de conocimiento científico y tecnológico; ya que si llegase a perder su visión humana de las cosas corre el riesgo de creerse un dios; y los dioses que conocemos no siempre son creadores, también los hay destructores. Por ello, es urgente ampliar la visión que se tiene acerca de la ciencia y la tecnología y no ver en éstas a la gran panacea, ni tampoco  deben verse como generadoras de los nuevos males de la humanidad; sino que se debe ampliar la perspectiva que se tiene de éstas viéndolas en su justa dimensión, como el producto de seres mejor adaptados y con mayor evolución, pero imperfectos y por lo tanto factibles de errar. Sin embargo; debemos tomar en cuenta que el estado actual de la civilización y de las sociedades revela un grado avanzado de deshumanización, que la violencia contra el hombre y la naturaleza aumentan cada día más y que es posible percibir una crisis en los valores humanos caracterizada por un frenético afán de poseer, que sustituye a la aspiración de ser.[2]

Pues si bien errar es de humanos, no se vale cometer errores ex profeso; es decir, no se vale equivocarse cuando se sabe que el producto de lo que hacemos puede dañar gravemente a otros; si tenemos el privilegio de ser hombres y mujeres de ciencia debemos dar lo verdaderamente valioso de ella, y que no es otra cosa que el buscar el bienestar de la humanidad en general a partir de lo que estemos aportando al desarrollo de la ciencia y la tecnología.

“El peligro más grande, con la energía nuclear o la ingeniería genética, no lo constituyen los accidentes o los descuidos, sino el uso mal intencionado e irresponsable”[3]

Ensayo Ganador del 1er Concurso "La ciencia nuestra de cada día"
La autora es Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica y profesora en el Instituto Universitario de Puebla A.C. y el Instituto Tecnológico Superior de Atlixco, en Puebla, México.

Fuentes.
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