"comprehendere scire est"

Divisor

Consejo Nacional para el Entendimiento Público de la Ciencia.

La música reproducida


Miguel Ángel Méndez Rojas


La llegada de la música reproducida ha cambiado las condiciones de consumo y de la producción musical en la misma medida que la imprenta cambió las condiciones de la lectura y de la producción literaria; en ambos casos el cambio cuantitativo fue tal como para obtener cambios cualitativos.

La posibilidad de "enlatar" la música nace ya antes del siglo pasado, con los organillos y las pianolas; pero estos fenómenos quedan restringidos a determinados ámbitos de difusión y constituyen simple curiosidad y entretenimiento mecánico.

El problema sociológico nace cuando, con la invención del disco y del gramófono, con la producción industrial de éstos instrumentos y con la creciente asequibilidad económica del producto, el consumo de música reproducida ofrece una música cualitativamente inferior a la que puede escucharse en vivo, pero, poco a poco, el producto mejora técnicamente, y con la llegada del long play y de los equipos de high fidelity, el disco logra al fin, permitir condiciones de audición ideales.

Al llegar a este punto, y trasladando la situación al nivel de hoy, a su actual punto de llegada, podemos observar una serie de consecuencias que sería difícil definir en bloque como simplemente negativas o positivas. En general se refieren no sólo al disco, sino también a la difusión radiofónica de música reproducida.

  1.     La difusión del disco conduce a un desaliento progresivo del diletantismo musical. Desaparecen las pequeñas comunidades de aficionados que se reunían para ejecutar tríos o cuartetos (sobreviven algunas de estas pequeñas comunidades en los países nórdicos, y también en Inglaterra, para reunirse participan en festivales organizados para este fin, como el de Dartington). Desaparece el ejecutante privado: la señorita de buena familia que toca el piano en casa. Por consiguiente, desaparece la educación musical coactada, que ha producido generaciones de jóvenes violinistas inhibidos y la figura típica de la fastidiosas rascatripas (magistralmente retratada en la Maggie-Petronilla de McManus). La gente escucha música reproducida y ya no aprende a "producir" música; y, sin embargo, la música se comprende a fondo produciéndola y no simplemente escuchándola. En conjunto, la desaparición del aficionado representa una pérdida cultural y agota un potencial vivo de fuerzas musicales. El fenómeno del joven que practica el jazz en la orquesta estudiantil representa una forma de recuperación, en muchos casos valiosísima, pero de dimensiones limitadas. Mientras aumenta el nivel general de analfabetismo y de la cultura, disminuye el número de los que saben leer música. Este empobrecimiento sólo puede remediarse con una educación escolar que tenga en cuenta la nueva situación que se ha creado a consecuencia de la difusión del disco.
  2.     A modo de réplica positiva, la difusión del disco desanima a las ejecuciones públicas de nivel mediocre, suprime toda razón de ser a los pequeños conjuntos sinfónicos y a las compañías operísticas destinadas a las giras por provincias, que, si por un lado cumplían una valiosa función "informativa", por otro lado difundían interpretaciones de mala calidad. Ahora el disco realiza la misma función informativa, de una manera más intensa y amplia, ofreciendo tan sólo, no obstante, interpretaciones de alto nivel. El campo de consumo se limita a ejecuciones en vivo realizadas por valiosos intérpretes y a la reproducción y venta de las mismas.
  3.     Sin embargo, en su obra de difusión, el disco propaga sólo un repertorio comercialmente universal, alienta una determinada pereza cultural y una desconfianza hacia la música insólita. En tanto que el concierto en vivo puede introducir un programa aceptable incluso de músicas "difíciles" de imponer al propio público, el disco debe vender y vende "tan sólo lo que gusta". Estos límites puede obviarlos una buena política cultural radiofónica: el programa radiofónico tiene la misma intachabilidad que el del concierto.
  4.     Por otra parte , dada su difusión, el disco -ya sea, sin embargo, gracias a fenómenos esnobísticos- introduce en el aprecio musical a enormes grupos humanos que vivían al margen de una civilización del concierto. Sería injusto subestimar este hecho: personas que antes jamás habrían podido escuchar una sinfonía de Beethoven dirigida por un gran maestro, tienen hoy a su disposición el producto y pueden sentirse inducidas a oír en vivo la misma música en una sala de conciertos.
  5.     En este punto nace el problema de si la extrema disponibilidad del producto sonoro, ya sea a través del disco, ya a través de la radio, al eliminar el esfuerzo que había que hacer antes de "merecerse" la música (o producirla por uno mismo o someterse al trabajo organizativo de peregrinar hasta la sala de conciertos más próxima, aceptando todo un ritual y disponiéndose psicológicamente a un consumo consciente y calculado) no contribuye a embotar la sensibilidad ya reducir a la música a un objeto que ya no es de "audición" consciente, sino de trasfondo sonoro "percibido" como complemento habitual de otras operaciones domésticas, como la lectura, la comida, la conversación o el coloquio sentimental. La posibilidad de amarse sobre un "fondo" de música de cuerda, en otro tiempo reservada a los más impúdicos de los monarcas, se halla hoy a disposición de cualquier esteta pequeño burgués. Si al disco s e le añade la radiodifusión o -típico aparato para crear ambientes musicales- el hilo musical, habrá que admitir que el problema es bien importante y nuevo en la historia del gusto y de las costumbres. Y si las consecuencias pueden ser limitadas en lo que respecta a la difusión de la música "culta", el panorama cambia la pasar a la música ligera.
  6.     En el campo de la música ligera -sin plantearnos el problema de la validez estética de este género de producto- el disco, la radio, el hilo musical y el juke box proporcionan al hombre de hoy una especie de "continuum" musical en el cual moverse en todos los momentos del día. El despertar, las comidas, el trabajo, las compras en los grandes almacenes, la diversión, el viaje en coche, el amor, la excursión, el momento que precede al sueño, se desarrollan en este "acuario sonoro" en el que la música ya no se consume como música, sino como "rumor". Este rumor se ha hecho hasta tal punto indispensable que sólo dentro de algunas generaciones será posible percatarse del efecto de semejante práctica sobre la estructura nerviosa de la humanidad.
  7.     La difusión de la música ligera contribuye a una universalización del gusto; todo pueblo consume y goza del mismo género de música. Terminan las civilizaciones musicales autónomas.
  8.     En consecuencia, al disponer de música grabada de óptimo nivel ejecutivo, cesa la función de la música popular como producción autóctona de música de consumo. Sustituido el órgano de la iglesia por el altavoz, ningún párroco de aldea tendrá ya necesidad de encargar -o hacer él mismo- un nuevo Stille Nacht; en las ferias, juke boxes y gramófonos sustituyen al cantor ambulante, y en las tabernas suprimen al guitarrista o al que toca el acordeón, como lo han eliminado de las fiestas nupciales o de los bautizos rurales.

    Estando sujeta las leyes económicas, típicas de un producto industrial -de modo diferente a lo que sucedía en la producción autóctona- la música reproducida debe consumirse rápidamente y envejecer pronto, de modo que se cree la necesidad de un nuevo producto. De aquí la presión ejercida, como ocurre con el automóvil o con las faldas de las mujeres, por el mercado para que los estilos cambien con rapidez y los discos "pasen de moda". Hoy, el twist ya ha envejecido con respecto al madison, y éste con respecto al surf. Si este ritmo acelerado somete la sensibilidad a una especie de excitación neurótica, por otro la do le impone también determinada gimnasia y le impide le acercamiento a fórmulas fijas, típico de las civilizaciones musicales populares, que constituía un factor de conservadurismo. La función que tenían estas tradiciones -la de conservar a través de los siglos un estilo determinado o una técnica de ejecución- hoy viene asumida por las discotecas. Por otro lado, los grupos humanos dejan de tener raíces musicales y en los siglos venideros ya no podrán reconocerse, como sucede todavía hoy, en los propios repertorios tradicionales capaces de reasumir toda una historia y un ethos...

En el espíritu de "Te lo digo a ti, Juana; entiéndelo tu, Internet", recogemos aquí algunas reflexiones de Umberto Eco alrededor de los efectos sociológicos que puede tener la masificación de un medio, tomándolas de Apocalípticos e Integrados (Lumen, 1968). Obviamente, remitimos a la lectura completa de dicho libro para proseguir el análisis aquí apuntado


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